La crisis económica que venimos padeciendo en los cuatro últimos años está lejos de haber terminado. Si bien las perspectivas en los países emergentes no son tan negativas, tanto Europa (de manera muy destacada) como Estados Unidos continúan en el ojo del huracán que comenzó a gestarse a mediados de 2007.
Abducidos como estamos por los aspectos financieros y fiscales de la crisis, a menudo no se presta atención suficiente a los “efectos colaterales” que la situación económica actual tiene sobre otros aspectos relevantes de nuestro sistema económico, en particular sobre lo que nos interesa en este blog: la energía.
Las consecuencias de la crisis económica se trasladan no sólo a la demanda de energía sino también a la oferta. El endurecimiento de las condiciones financieras está suponiendo una reducción de la inversión energética (tanto en prospección como en infraestructuras) sobre la que la Agencia Internacional de la Energía ya empezó a advertir hace dos años y medio. En un documento elaborado para la reunión de ministros de energía del G8 se señalaba que las compañias energéticas estaban explotando menos yacimientos de petróleo y gas, al tiempo que recortaban las inversiones en refinerías, oleoductos, gaseoductos y centrales eléctricas. La falta de financiación y la revisión a la baja de las expectativas de beneficio ha venido provocando que muchos proyectos ya planificados fuesen pospuestos o cancelados.
Abducidos como estamos por los aspectos financieros y fiscales de la crisis, a menudo no se presta atención suficiente a los “efectos colaterales” que la situación económica actual tiene sobre otros aspectos relevantes de nuestro sistema económico, en particular sobre lo que nos interesa en este blog: la energía.
Las consecuencias de la crisis económica se trasladan no sólo a la demanda de energía sino también a la oferta. El endurecimiento de las condiciones financieras está suponiendo una reducción de la inversión energética (tanto en prospección como en infraestructuras) sobre la que la Agencia Internacional de la Energía ya empezó a advertir hace dos años y medio. En un documento elaborado para la reunión de ministros de energía del G8 se señalaba que las compañias energéticas estaban explotando menos yacimientos de petróleo y gas, al tiempo que recortaban las inversiones en refinerías, oleoductos, gaseoductos y centrales eléctricas. La falta de financiación y la revisión a la baja de las expectativas de beneficio ha venido provocando que muchos proyectos ya planificados fuesen pospuestos o cancelados.
La caída de la inversión no sólo afecta a las empresas energéticas, sino también al resto de sectores de la economía. Así, empresas y familias han reducido sus compras de vehículos y equipamientos intensivos en energía, al tiempo que las inversiones en ahorro energético se vuelven financieramente menos atractivas.
La reducción generalizada del consumo en los países más afectados por la crisis, debería tener un impacto apreciable en la demanda de energía. La última edición del World Energy Outlook señala que, como resultado de la crisis. el consumo mundial de energía primaria cayo un 1,1% en 2009, lo que constituye la primera caída significativa desde 1981. Las expectativas que había en 2010 acerca de la recuperación económica hicieron que (según cálculos preliminares de la IEA) la demanda globlal de energíase haya repuntado un 5% en 2010. Sin embargo, las dudas que han surgido en 2011 acerca de la sostenibilidad de la recuperación pueden provocar un cambio de escenario.
La tasa de crecimiento del PIB mundial es un driver fundamental para la demanda energética, de forma que la revisión a la baja de las expectativas de crecimiento puede hacer que el incremento de la demanda de energía sea finalmente más modesto del esperado. Las recientes proyecciones del World Energly Outlook suponen un crecimiento medio anual del PIB mundial del 3,6%, una cifra que podría antojarse demasiado optimista desde la perspectiva actual, a la luz de las recientes previsiones de la OCDE.
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