En los últimos tres años los precios del crudo han experimentado un ascenso continuado. Este encarecimiento tiene todavía una mayor incidencia en las economías de la zona euro, dada la creciente debilidad del euro frente al dólar, reflejo de las incertidumbres que acechan a la economía europea.
En este contexto, resulta fundamental reflexionar sobre los factores que están detrás de este encarecimiento del crudo, si son factores coyunturales o tienen una naturaleza estructural o qué peso tienen los factores de oferta o de demanda en la evolución actual de los precios del petróleo.
Hay numerosos factores concomitantes que se han venido señalando como desencadenantes de la actual situación de precios, factores que van desde la creciente demanda de países emergentes como China y la India, los cambios políticos que están teniendo lugar en los países árabes, o el progresivo descenso de la producción del petróleo convencional junto con el mayor coste de extracción de los yacimientos petrolíferos en aguas profundas o el mayor coste de producción de algunos tipos de crudo no convencional. Una cuestión fundamental es si el actual escenario de precios está provocado por elementos cuya vigencia es coyuntural, o por factores que subyacen a la estructura del mercado (fundamentalmente por el lado de la oferta).
Desde la crisis de 1973, inducida por la guerra de Yom Kipur, pasando por la crisis de 1979, desencadenada por la conjunción de la revolución iraní y la guerra Irán-Irak, hasta llegar a los sucesos de la llamada primavera árabe, la situación geopolítica ha tenido siempre una influencia considerable sobre la evolución de los precios del crudo. Este factor es, por su propia naturaleza, un elemento circunstancial, pues responde justamente a la coyuntura política particular de las regiones donde se concentra la producción de crudo convencional.
Otro elemento importante es el incremento de la demanda. La Agencia Internacional de la Energía (IEA) estima en el último número del World Energy Outlook, que en un escenario como el actual la demanda mundial de crudo crecerá un 10% de aquí a 2020, y un 6% desde 2020 a 2035. La Agencia de Información Energética de Estados Unidos estima por su parte un incremento de 28 millones de barriles diarios hasta el 2035. Este incremento no se reparte uniformemente sino que corresponde casi en un 90% a países no pertenecientes a la OCDE.
La participación de los distintos sectores en la demanda de crudo tampoco es homogénea. Hay sectores, como el transporte, que tienen y seguirán teniendo una fuerte dependencia de los productos derivados del petróleo, especialmente en el caso del transporte por carretera. Aunque teóricamente es posible reemplazar la gasolina y el gasoil por otro tipo de fuel como los biocombustibles, el gas natural, la electricidad o el hidrógeno, en la práctica hay dificultades que impiden esa sustitución a una escala que tenga un impacto relevante en el consumo de petróleo. La IEA resume esas dificultades en el último número del World Energy Outlook, señalando el insuficiente desarrollo tecnológico y el alto coste de los vehículos que utilizan esos combustibles alternativos.
Las cifras reseñadas sugieren que el proceso actual de incremento de la demanda de crudo está sostenido por el crecimiento de los países emergentes. Este es un elemento que aún yendo más allá del corto plazo, no es previsible que se convierta en un factor permanente. La idea es que la incorporación de un número creciente de países a la senda del desarrollo económico alimenta el crecimiento de la demanda de petróleo en el corto y medio plazo. Sin embargo, la demanda de esos países en el largo plazo eventualmente se estabilizará. Los países tienden a crecer más rápido en estadios intermedios de desarrollo, China y la India son un buen ejemplo, mientras que los países que han alcanzado un cierto nivel de desarrollo moderan su ritmo de crecimiento. Como hemos comentado, este comportamiento se traslada a la demanda de petróleo, así las estimaciones de la IEA recogidas en el último número del World Energy Outlook preveen hasta 2035 un crecimiento medio anual del 0,2% para la demanda de crudo de Estados Unidos y de la Unión Europea, mientras que esta tasa alcanza el 2% para China y el 3,1% para la India. Estas previsiones reflejan también un factor de naturaleza más coyuntural, como son los efectos de la actual crisis económica, crisis que amenaza con debilitar el crecimiento económico, con el consiguiente freno de la demanda energética. La IEA estima que, en relación a un escenario base, un contexto de bajo crecimiento económico implicaría una reducción del 2,5% del consumo mundial de petróleo en el horizonte del 2016.
Además de los factores de corto y medio plazo que acabamos de señalar, hay elementos estructurales que van a condicionar el comportamiento de los precios del crudo en las próximas décadas. El petróleo es un recurso energético no renovable, lo que implica que, en términos físicos, la oferta sea finita y la producción no pueda sostenerse indefinidamente. Esto lleva a cuestionarnos si los recursos petrolíferos en explotación, junto con las reservas probadas y los eventuales nuevos descrubrimientos, serán capaces de satisfacer la demanda futura. La respuesta a esta cuestión tiene mucho que ver con el llamado peak oil, esto es, que la producción máxima de crudo haya sido o vaya a ser alcanzada en un futuro cercano, para decaer a partir de ese punto. Sorrell estima que la producción de petróleo convencional alcanzará su máximo antes de 2030, con una probabilidad significativa de alcanzarse antes incluso de 2020.
Frente a los defensores de que la teoría de que más tarde o más temprano, es inevitable alcanzar el peak oil, se contrapone el crecimiento continuo de las reservas de petróleo. Este incremento proviene tanto de la reevaluación de los campos en producción, como del descubrimiento de nuevos yacimientos. Unos precios mayores del crudo favorecen el incremento de las reservas por la doble vía señalada, dado que animan el desarrollo de nuevas tecnologías de extracción más eficientes al tiempo que incentivan la exploración de nuevos yacimientos. Para muchos la cuestión no es si queda mucho o poco petróleo, sino si este puede ser extraido rápidamente y a un coste razonable.
En toda la reflexión anterior juega un papel fundamental la inversión . La IEA estima que durante los próximos veinticinco años será necesaria una inversión de 10.000 billones de $ a precios del año 2010 en el mercado de crudo. De esta inversión el 87% corresponde a actividades de exploración y extracción, el 10% a infraestructuras de transporte de crudo y sólo el 3% para infraestructuras de refino.
Todos estos ingredientes configuran una perspectiva futura de crecimiento continuado en los precios del crudo. Las previsiones de la IEA apuntan en esa dirección, especialmente a partir de 2020, donde alcanzarían 118$ por barril y 140$ en 2035, en ambos casos en dólares constantes de 2010. En términos nominales los precios alcanzarían 247$ en 2035, asumiendo una tasa anual de inflación del 2,3%. Todo indica que estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo escenario energético, un escenario que se ha dado en llamar el fín del petróleo barato.
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