En los últimos días nos hemos referido en varias ocasiones a la reciente cumbre climática de Durban. En una entrada de Pedro (que extendía el artículo de opinión de ambos que había salido en El País unos días antes) apuntábamos las dificultades que una cumbre de estas características tendría para conseguir acuerdos significativos sobre mitigación de gases de efecto invernadero. Solo repasando algunos comentarios de Rafa Méndez (periodista desplazado por El País a la cumbre) se verifica ‘ex post’ nuestra opinión, como ilustra la foto que abre esta entrada: organización caótica, procesos negociadores con presencia de ONGs y otros participantes externos, representantes gubernamentales que proceden mayoritariamente de los ministerios y agencias de protección ambiental, cuando lo que se discute es un cambio energético de gran calado (y por ende económico-social), etc. En fin, un ambiente poco propicio para avanzar en temas tan complejos y en los que nuestras sociedades se juegan mucho bienestar presente y futuro.
Días después, a la vista de los resultados de Durban, Pedro volvió a insistir en esta cuestión en una nueva entrada pero adoptó una posición más optimista porque entiende que se avanzó en cuestiones ajenas (o colaterales) a la mitigación y que ésta, en todo caso, puede realizarse a nivel unilateral o a pequeña escala. Su entrada es muy interesante porque nos da bastantes fuentes de información sobre lo que ocurrió en Durban y las valoraciones de diversos expertos internacionales en estos temas.
Aunque he tardado unos días en escribir esta entrada, no quería que nuestro blog cerrase las reflexiones sobre esta cumbre sin una visión un poco más pesimista que la de Pedro. Porque creo que la cumbre no aporta demasiadas novedades y ha servido, sobre todo, para ‘salvar los muebles’ (lo que, por otro lado, es mejor que nada). En primer lugar porque no hay garantías, incluso esperanzas, de que mucho de lo acordado se materialice. En particular, ¿por qué hemos de esperar que en el futuro se llegue a un acuerdo legal vinculante sobre mitigación cuando la hoja de ruta de Bali ya preveía esto hace bastante tiempo? Además, ¿de dónde va a salir el dinero para los fondos de adaptación y transferencia tecnológica? La austeridad imperante en buena parte de los países desarrollados, que probablemente se mantendrá a lo largo de los próximos años, hace difícil imaginar que se cumplan las cifras avanzadas desde Cancún. Por último, ¿vale para algo una extensión de Kioto? El protocolo ha sido tan poco efectivo que sorprende su decidida defensa por parte de muchos países y grupos ecologistas: además, la UE se queda básicamente sola como territorio con compromisos de mitigación y no modificará los objetivos ambientales acordados con independencia de la firma de un acuerdo global.
Si tuviésemos tiempo, mi pesimismo sería irrelevante. Cualquiera diría que la situación actual de nuestras economías exige concentrar nuestros esfuerzos en solucionar otros problemas y dejar éste para más adelante, algo que se corresponde con el creciente desinterés ciudadano (y consecuentemente de los políticos) en el cambio climático. Sin embargo, en un post anterior ya apunté que reputados expertos y organismos internacionales indican que el tiempo se acaba, que el margen de maniobra para mantener los incrementos de temperatura en límites aceptables se reduce día a día. Esto demanda soluciones rápidas en el ámbito de la mitigación y una atención mucho mayor a la adaptación al cambio climático.
Creo firmemente que la mitigación global y a gran escala ha de buscar nuevos caminos que permitan su materialización. Jean Tirole ha avanzado en varios de sus interesantes trabajos sobre economía del cambio climático que esto solo será posible si se crean instrumentos y políticas a la altura de los inmensos desafíos que se abren ante el cambio climático. Una correcta verificación internacional de emisiones, la vinculación de los esfuerzos de reducción a las líneas de crédito internacionales del FMI o su integración con la Organización Mundial del Comercio, son algunas de las cosas que propone. En fin, que viendo esto y mirando hacia Durban y las cumbres anteriores solo podemos saber que queda mucho camino por delante y un cambio estructural en la forma en que negociamos y cómo vinculamos estas negociaciones con los pilares de gobernanza económica y política de nuestro mundo.
No quiero parecer Dr. Doom, especialmente en momentos que llaman al optimismo (el inicio de un nuevo año, en el que deseo lo mejor para nuestros lectores), pero solo sabiendo lo que está en juego (en costes actuales de mitigación y de futuros impactos) podremos configurar una estrategia que, ajustando los medios a los fines perseguidos, nos permita abordar este problema sin ingenuidades y sin cerrar los ojos a la espera de tiempos mejores.
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