Aunque uno de los propósitos del EU ETS es servir de ejemplo impulsor para otras regiones, lo cual se está consiguiendo (ver aquí), o los EEUU están consiguiendo unas reducciones de emisiones importantes gracias a la irrupción del shale gas, que está provocando el cierre/reconversión de las centrales térmicas de carbón. Turner analiza una propuesta que involucraría tanto a los países desarrollados como a los países en desarrollo. Estos últimos, principales causantes del aumento de emisiones en los próximos años.
Turner habla de la frustración que resultó Doha en cuanto a avances en acuerdos internacionales para frenar el cambio climático. Sabiendo que los beneficios para la población mundial serían mayores que los costes, es consciente de que los incentivos de algunos países para mitigar sus emisiones depende de que lo hagan el resto (Dilema del prisionero). Otro problema es que los países en desarrollo defienden continuar creciendo y tienen en cuenta que los países desarrollados han alcanzado sus cotas contaminando durante el pasado siglo.
Turner crítica la diferencia de objetivos entre los dos grupos de países, los desarrollados (los incluidos en el Anexo 1 de la CMCC) y los que están en desarrollo. Mientras que a los países desarrollados se les pide que comprometan sus emisiones de GEI de forma vinculante, a los países en desarrollo se les ofrecen objetivos voluntarios que, en la mayoría de los casos, suponen reducciones en la intensidad de emisiones, pero no conllevan sanciones. Es necesaria la implicación de los países en desarrollo, ya que las reducciones absolutas de los países desarrollados de manera equitativa (aquí se incluye a Europa, Japón, Australia y EEUU, por su revolución con el shale gas) solo cubrirían un tercio de las emisiones totales.
Al mismo tiempo también tiene en cuenta que cuanta más regulación climática haya en los países desarrollados, más posibilidades hay de deslocalización de la industria hacia países más permisivos con las emisiones (leakage). Y da datos, entre un tercio y un cuarto de las emisiones de China podrían deberse a exportaciones netas.
En este artículo se crítica el enfoque rígido de los objetivos absolutos de los países desarrollados, sin conectarlo con factores económicos. Un ejemplo de esta inflexibilidad es el EU ETS, que no tuvo mecanismos para prevenirse de la crisis económica, provocando la caída de los precios de los derechos de emisión.
La clave, según Turner, es que todos los países tengan objetivos claros, yendo hacía sistemas basados en la intensidad de emisiones. Los objetivos dependerían entonces de las emisiones de CO2 por unidades de actividad (por ejemplo, PIB o PIB per cápita). De hecho, China ya basa sus objetivos en relación a su PIB.
Turner recuerda el libro escrito por Michael Liebreich (BNEF) en 2005, “Towards a Workable Post Kyoto Framework for Emissions Reductions” en el que marcaba como objetivo para todos los países el “PIB menos el 4%” como crecimiento de las emisiones. Para Liebreich, este es un objetivo alcanzable para llegar a reducir las emisiones globales en términos absolutos (ver figura). Turner explica que este tipo de meta, al contrario de lo que pueda parecer, es más fácil de alcanza para los países en desarrollo.
Proyecciones de emisiones de CO2 por combustibles fósiles en tres escenarios. Fuente: BNEF. |
La aplicación de este acuerdo implicaría una reducción de las emisiones del 2% para 2030 en comparación con las emisiones de 2010. Proporcionalmente, según los datos del artículo, los países desarrollados reducirían el 40% de las emisiones con respecto al BAU del 2030.
Este es sólo uno de los muchos sistemas posibles basados en la intensidad que involucrarían tanto a países en desarrollo como a los desarrollados de manera equitativa, evitando la polarización actual que impide la llegada a acuerdos internacionales para reducir las emisiones de GEI.
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