Como es bien sabido, desde 2007 todos los consumidores en Europa tenemos derecho a escoger nuestro suministrador de electricidad o de gas. Por lo tanto, lo lógico, al igual que hacemos en otros mercados de bienes o servicios, es que nos informemos y escojamos la opción de suministro que más nos interese. Y si nos cambian las condiciones o las circunstancias, que cambiemos de suministrador. Eso es lo que hacemos con los teléfonos móviles, por ejemplo, ¿no?
Pues el caso es que esto no está pasando en casi ningún país europeo: los consumidores, o bien permanecen en la tarifa regulada (lo que quiere decir, más o menos, que su suministrador sigue siendo el Estado), o bien se quedan con el mismo comercializador que también les distribuye la energía. En España, las cifras que citan Paulina Beato y Juan Delgado son del 85% para los consumidores de electricidad y del 40% para los de gas. Y en otros países son similares. Incluso en el Reino Unido, caso que estos autores mencionan como con un mercado más activo, las cosas no son mucho mejores, como nos lleva contando desde hace tiempo Catherine Waddams.
¿Por qué es distinto este mercado del de telefonía móvil, por ejemplo?¿Por qué los consumidores se conforman más con lo que tienen, aunque les cueste más?
La primera respuesta es que quizá no les cueste más: en España la mayoría de los consumidores siguen en la tarifa regulada porque es más barata: el Estado se encarga de subvencionarla (vía déficit de tarifa o lo que sea) y por tanto hace competencia desleal a los comercializadores. De hecho, como siempre el Estado trata de controlar más la tarifa eléctrica que la del gas, no es sorprendente que haya más consumidores a tarifa en la primera que en el segundo.
Pero en otros países no hay el desastre regulatorio español, y aun así los consumidores son reacios a portarse “racionalmente”. La razón más manejada para ello es la existencia de costes de cambio: tener que estudiarse nuevas tarifas, informarse bien, etc. Señal de que este coste es significativo es que a veces, incluso los que se atreven a cambiar, se equivocan por la confusión existente. Pero no tengo claro que sea la única, o la principal razón. Yo también incluiría la racionalidad acotada: como el presupuesto que dedicamos a ello no es tan importante, no le prestamos la atención suficiente, incluso perdiendo dinero. De hecho, esto parece encajar con que haya más clientes buscando en el mercado del gas que en el de la electricidad (en general gastamos más en el primero que en el segundo), aunque en cambio parece que somos mucho más sensibles al precio de la “luz” que al del gas. Otra posible explicación citada por algunos es la falta de separación efectiva entre generadores, distribuidores y comercializadores de electricidad, de forma que siempre tendrán interés en oponerse al cambio de suministrador para no facilitar el negocio del contrincante. Aunque bueno, este mismo desincentivo también existe en las compañías de telefonía móvil (¿alguno ha sufrido las esperas y despistes interminables cuando se quiere dar de baja con un operador?) y ahí no hay problema de separación de actividades…
En todo caso, y para animar el mercado minorista hay varias soluciones: la obvia es eliminar la tarifa regulada, aunque esto es complicado, por el miedo de los políticos a perder este arma electoral/de opinión. Y además, parece claro que siempre habría que mantener una tarifa de último recurso (para suministrar electricidad o gas, bienes esenciales, a los clientes a los que no quiera dar suministro ninguna compañía). Por tanto, lo que hace falta es diseñar bien esta tarifa para que no compita deslealmente (véase la propuesta de mis compañeros del IIT Vázquez, Batlle y Pérez-Arriaga). Más ideas: crear una agencia encargada de los cambios de suministrador (en España ya la tenemos), comparadores de ofertas, etc. Otra solución, que trata de corregir la inercia de los consumidores, es darles un “shopping credit”, es decir, un incentivo monetario a cambiar de suministrador. Pero este último sólo tiene sentido si de verdad interesa que cambien, claro…
Porque es que hay otra solución mucho más radical, y es impedir la libre elección de suministrador. Es decir, abandonar el mercado minorista. El hecho de que Paul Joskow, entre otros, sea quien defienda esta idea (eso sí, sólo para los consumidores pequeños, residenciales y comerciales pero no industriales) le da para mí valor suficiente para estudiarla.
Efectivamente, Joskow en varios papeles argumenta que, al ser la electricidad un bien tan homogéneo, no hay mucho donde rascar por la parte de innovación, flexibilidad, etc. De hecho, el margen de comercialización (o valor añadido) es muy pequeño. Y que por tanto las supuestas ventajas del mercado en estos términos , defendidas a su vez por gente tan válida como Littlechild o Kiesling, no bastan para compensar los costes necesarios (además de los citados antes, también hay que recordar que para que todo esto funcione bien hacen falta buenos contadores – “inteligentes”- y más aún, una infraestructura de comunicaciones muy costosa, además de los costes empresariales de los comercializadores o de la agencia encargada de asegurar que los consumidores son libres de cambiar). Un ejemplo: un comercializador podría proponer una tarifa por horas, con un contador inteligente, para conseguir que el consumidor ahorrara dinero cambiando la hora de su consumo. ¿Tiene sentido, no?¿Y entonces por qué, en los teléfonos, todos queremos una tarifa plana aunque sea más cara? ¿Nos gastamos el dinero en los contadores, en pagar el sueldo de la comercializadora y de la agencia, y al final, para nada? Parece que Joskow puede tener razón…pero no hay que perder de vista nuevos modelos de negocio que pueden cambiar esta situación. Quizá las políticas de eficiencia energética, por ejemplo, nos lleven a modelos donde la creación de valor añadido sí sea más significativa, y entonces aparezca la fuerza del mercado.
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