El otro día Xavier hablaba sobre la vuelta al curso de Economics for Energy, y eso me recuerda que también puede ser interesante hablar sobre la vuelta al curso político-energético, o más bien, sobre el comienzo del nuevo curso que nos espera tras el 20-N. Ahora que todos los partidos están elaborando sus programas electorales, y aunque todavía no estamos en Navidad, no me resisto a escribir mi personal carta a los Reyes Magos y plantear los temas que yo creo que deberían atacarse desde el gobierno de cara a lograr un modelo energético más sostenible. Aviso, este es un post bien largo, que la cosa da para mucho.
A ver si hay suerte y en alguna cosa coincidimos los políticos y yo…aunque me temo que será difícil. Aunque creo que una estrategia energética sostenible debería ser fundamentalmente multipartidista, y consensuada por todos, tal como ya he pedido en alguna ocasión, en este país seguimos empeñados en meter la ideología en un campo no necesariamente favorable para ella. Pero, ¿por qué si eres del PSOE tienes que ser antinuclear o si eres del PP no puedes creerte el cambio climático? Entiendo que pueda haber discrepancias en cuanto a los métodos, unos se supone que favorecerán más los instrumentos de mercado y otros la planificación, por ejemplo, pero los objetivos deberían ser los mismos, ¿no? Una energía que aporte más valor, más respetuosa con el medio ambiente; y accesible por todos. Entonces, ¿por qué no hay manera de ponerse de acuerdo?
Vale, reconozco que esto no es exclusivo de España, también en EEUU tienen los mismos problemas (véase este post reciente de Megan McArdle). Pero también allí son perfectamente conscientes de que el largo plazo asociado a las inversiones y decisiones energéticas hace imperativo que estén basadas en el consenso (un ejemplo algo antiguo ya es la National Commission on Energy Policy, y otro más reciente es esta propuesta de Joe Aldy en el marco del Hamilton Project).
Pero bueno, después de esta semi-disgresión vuelvo a lo mío: ¿qué me gustaría que hiciera el nuevo Gobierno en materia de política energética/ambiental?.
En primer lugar, que ponga de una vez los precios en su sitio: eso supone olvidarse de las tarifas subvencionadas, del déficit de tarifa, etc. Por supuesto, nada de prometer en los programas electorales que no va a subir la luz y tonterías parecidas. Algunos dirán: pero es que entonces nuestras empresas, que ya lo están pasando mal, serán menos competitivas; y nuestros ciudadanos/votantes nos montarán un follón, como siempre que subimos la luz. Y además, ya está bien de que las eléctricas se forren. Vamos por partes.
Lo de la competitividad: en primer lugar, habrá que distinguir entre empresas intensivas en energía y no intensivas. Para las segundas, las claves de la competitividad están en la tecnología, el coste de la mano de obra, etc. La energía pinta muy poco en su balance. Para las primeras, pues sí, ponerles un precio real para la energía que consumen puede hacerles daño. Pero entonces planteo dos cuestiones: primero, si estas empresas pagaran por la energía lo que vale, a lo mejor serían más eficientes, y eso les permitiría ser más competitivas: generalmente, cuando te suben el precio de la energía terminas pagando menos en total, porque consigues reducir el consumo. ¿No tendría sentido animarles a ser más eficientes? Segundo, dentro de que siempre queda bien decir que queremos empresas competitivas, ¿cuál es nuestra principal razón?¿Que crean empleo? Si una empresa es muy intensiva en energía quiere decir que, de sus costes totales, una gran parte va para energía. Eso quiere decir que la parte que va para pagar mano de obra no es tan grande. Así que, por propia definición del término, una empresa intensiva en energía no es muy generadora de empleo. ¿Entonces, cuáles son las empresas que nos interesa promover, las intensivas en energía o las que no lo son?
Lo del follón de la subida de la luz: como ya hemos dicho muchas veces, esto es bastante irracional. ¿Por qué siempre es titular de periódicos la subida de la electricidad y en cambio no pasa nada (o bastante menos) cuando sube el gas natural o la gasolina? Si en los presupuestos familiares el gasto en gasolina o gas natural siempre es mayor que en electricidad…A lo mejor es porque la oposición está acostumbrada a usar esto como arma política fácil. Pero esto sería una gran oportunidad para ese consenso multipartidista del que hablaba antes. Es cierto que puede haber consumidores vulnerables que pueden sufrir más si se suben los precios, pero por ejemplo para eso ya tenemos el bono social.
Para terminar: lo de que las eléctricas se forran. Esta es una cuestión de mucho más calado, que tiene que ver con la organización del mercado eléctrico, y con el posible poder de mercado que tienen algunas empresas. Pero esto no se arregla manteniendo los precios artificialmente bajos (de hecho, con el déficit de tarifa las empresas siguen ganando lo mismo, somos los consumidores los que tendremos que pagar en los años siguientes), sino corrigiendo los problemas del mercado: estableciendo medidas estructurales para eliminar este poder de mercado (ya el Libro Blanco proponía unas cuantas, no necesariamente bien interpretadas por el Gobierno en las medidas finalmente implantadas).
Segunda medida, en la misma línea de la anterior: además de permitir que los precios reflejen todos los costes monetarios, también deberían incorporar los costes ambientales. Eso supone básicamente hablar de impuestos: sobre el CO2, sobre el SO2 o NOx, etc. Los sectores industriales ya pagan por el CO2 vía sistema europeo de comercio de emisiones (quizá menos de lo que deberían, pero eso es otro tema), pero no lo hacen así ni el sector residencial (sí que paga por el CO2 de la electricidad, pero no por el del gas o petróleo) ni el del transporte. Y resulta que estos dos sectores son los que realmente consumen la mayor parte de la energía en España. Así que parece fundamental establecer impuestos o medidas similares sobre estos sectores, para que los consumidores los incorporen en sus decisiones y reduzcan su consumo como corresponde. Igual con el SO2, el NOx, u otros impactos ambientales significativos del consumo de energía. Y por favor, que esto no se confunda con los tristemente famosos impuestos ambientales autonómicos.
De nuevo, ¿cuál es el problema de esto? Pues que a nadie le gusta pagar más impuestos, claro. Pero es que no hace falta hacerlo: si establecemos estos nuevos impuestos en el marco de una reforma fiscal verde podemos seguir pagando los mismos impuestos totales, pero reduciendo los impuestos sobre el trabajo (cotizaciones sociales), por ejemplo, para incentivarlo más (algo bastante deseable en especialmente en estos tiempos de alto desempleo).
Con estas dos medidas ya conseguiríamos un primer paso hacia el modelo energético sostenible, y es que paguemos por la energía lo que realmente vale, es decir, que produzcamos la energía que más valor añadido aporta. El problema es que no todo es el precio: hay más problemas que hacen que los precios no sean totalmente efectivos para reducir el consumo, o para incentivar el desarrollo tecnológico necesario. Por eso, aunque les duela a algunos puristas, es impepinable implantar también medidas de apoyo a la eficiencia energética o al desarrollo de las energías renovables, y también políticas de comunicación, formación y educación. Eso sí, tienen que ser medidas inteligentes. En el campo de la eficiencia hay que limitar al máximo el efecto rebote y el free-riding, y eso supone evitar al máximo los subsidios y utilizar los estándares de forma inteligente. De hecho, hay medidas como la provisión de información que son muy baratas y muy efectivas. En renovables, la cuestión es medir bien cuánto se puede lograr con medidas demand-pull como las primas, y cuánto con apoyo a la I+D. Hasta ahora el peso ha estado puesto en lo primero, y quizá hay que cargar más en lo segundo, es decir, en las políticas directas de apoyo a la innovación. Y también puede interesar repensar los sistemas de apoyo y estudiar alternativas que podrían ser más eficientes, como las subastas. Finalmente, ya está bien de meter a todas las renovables en el mismo saco: cada una tiene sus problemas, sus curvas de aprendizaje, y sus necesidades, y necesitamos objetivos y políticas/instrumentos/medidas distintas para cada una de ellas.
Como veis, al final sólo he propuesto tres medidas que se pueden reducir en dos: que los precios de la energía recojan los costes, y que se incentive el ahorro energético y las energías renovables de forma inteligente. Sólo me faltaría una coletilla: estas políticas deben ser de largo plazo, y por tanto nos hace falta un marco institucional sólido e independiente, que dé estabilidad regulatoria independientemente del baile político. Por eso, el que exista por ejemplo una Comisión Nacional de la Energía (llámese como se quiera) independiente políticamente (y no elegida por reparto entre los partidos) y muy cualificada técnicamente (como por ejemplo mi amigo Tomás Gómez San Román), que tenga la responsabilidad de vigilar que los precios recogen los costes (incluidos los ambientales) y diseñar y vigilar las políticas de eficiencia y renovables quizá sería el elemento que me falta para hacer coherente el modelo.
Yo creo que si hacemos esto bien habremos dado un gran paso hacia un modelo energético más sostenible. Ahora, lo dicho, a ver si me hacen caso…no apuesto por ello. De hecho, como me pasa últimamente, a lo mejor consigo enfadar a todo el mundo. Pero a lo mejor es que eso es lo que hace falta.
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