Hay dos formas de entender la pobreza energética: en los países desarrollados, como la dificultad de pagar la factura energética; en muchos países en desarrollo, como la dificultad no sólo de pagar, sino de acceder a unos niveles básicos de suministro energético con formas avanzadas de energía.
Si bien la primera nos puede resultar más cercana, la segunda afecta a un volumen mucho mayor de personas: Hay más de 1.500 millones de personas sin acceso a la electricidad (para iluminación, dispositivos electrónicos o bombeo de agua), y casi 3.000 millones que no tienen acceso a cocinas eficientes y limpias. Esto tiene claras implicaciones para el desarrollo económico y social: aparte de no contar con energía para usos productivos, también afecta seriamente al nivel de educación (por ejemplo, al no contar con luz para estudiar), especialmente para las mujeres, que deben dedicar mucho de su tiempo a buscar combustibles tradicionales o agua. Además, también causa otros problemas para la salud y para el medio ambiente. Por ejemplo, se estima que mueren más personas por la contaminación interior de las viviendas que producen los fuegos en los que se cocina tradicionalmente en estos lugares que por la malaria.
En el mes de diciembre pasado tuvimos en la serie de conferencias de la Cátedra BP de Energía y Sostenibilidad unas estupendas presentaciones sobre este tema, que cada vez se hace más relevante (con iniciativas por ejemplo de Naciones Unidas o de la Agencia Internacional de la Energía, y un creciente interés de muchas empresas energéticas) y sobre el que claramente hay un déficit de información y formación.
Este tema se puede enfocar de distintas formas: una es tratar de desarrollar programas públicos, que repliquen las experiencias exitosas que ya ha habido (aquí hay un buen resumen) y prevenga los errores pasados. Este reto, quizá por su volumen, y por las implicaciones enormes de equidad que supone (que le dan un carácter de obligación moral), ha sido considerado siempre una cuestión pública: bajo el paradigma tradicional, son los gobiernos los que tienen que encargarse de esta cuestión.
Otra propugna aprovechar las fuerzas del mercado y el libre emprendimiento para solucionar el problema. Y es que el problema del acceso universal a la energía puede verse como una enorme oportunidad de negocio. Más de 1.000 millones de clientes potenciales, más de 37.000 millones de dólares de facturación anual, están esperando a los inversores y emprendedores en este sector. Hay otros sectores que ya han descubierto este mercado, el llamado “bottom of the pyramid” o BOP: empresas de consumo como Unilever o Danone, otras del sector de la salud, o, el ejemplo más conocido, la telefonía móvil. La energía no se veía hasta ahora como una posibilidad, fundamentalmente por el alto coste y la complejidad técnica de los equipos necesarios. Pero esto está cambiando: los desarrollos tecnológicos, en muchos casos impulsados por la iniciativa privada, están abaratando los costes de los equipos fotovoltaicos (ya disponibles hasta por 100$ para una vivienda), de las linternas solares (entre 20 y 50$), o de las cocinas eficientes (5-25$). En el caso de las microredes de distribución, o de la conexión a la red, el coste es mayor (10$ al mes), pero también permiten niveles de consumo necesarios para el desarrollo de actividades productivas. Esto hace que el coste de estos equipos avanzados ya pueda ser inferior a lo que pagan el 90% de los hogares que no tienen acceso a la energía por las velas, queroseno, o leña que utilizan actualmente. La clave es diseñar los modelos de negocio apropiados.
Quizá la respuesta sea combinar ambas aproximaciones: hace falta desarrollar modelos regulatorios que estimulen la iniciativa privada, de forma que se vea no sólo como una oportunidad, sino como una clara necesidad para enfrentarse al problema del acceso universal a la energía. Los gobiernos deberían por tanto alentar esta nueva visión, sin que ello deba verse como una dejación de su responsabilidad, sino todo lo contrario. Y las empresas energéticas tienen también una gran oportunidad de mercado que, en momentos de estancamiento de la demanda en países desarrollados, es interesante aprovechar.
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