La seguridad energética se ha convertido en uno de los temas más importantes para los principales países del mundo. Pero, ¿qué entendemos por seguridad energética? ¿Cuáles son las variables que definen la seguridad energética? ¿Qué es lo que realmente importa en la seguridad energética?
A estas y otras preguntas se intentó dar respuesta en el Foro BP de Energía y Sostenibilidad, “What really matters in security of energy supply”, celebrado del 1 al 3 junio en Madrid, y organizado por la Cátedra BP de Desarrollo Sostenible de la Universidad Pontificia de Comillas. El Foro contó con la participación de expertos de distintos ámbitos lo que dio al evento un carácter multidisciplinar. Durante las jornadas se discutió de distintos temas, desde los riesgos físicos del suministro energético hasta el impacto económico de la dependencia energética.
Empecemos por el principio, ¿qué es la seguridad energética? La definición comúnmente más aceptada es la de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) que considera la seguridad energética como la disponibilidad de una oferta adecuada
de energía a precios asumibles. Aunque, al igual que otras definiciones, ésta también resulta poco concreta, se puede afirmar que la seguridad energética implica tanto un riesgo en la cantidad como en el precio de la energía.
El crecimiento económico de muchos países en desarrollo, como China e India, ha provocado que el consumo energético mundial se dispare en los últimos años. Las perspectivas futuras no parece que vayan a cambiar mucho, ya que a pesar de que la demanda energética de los países de la OCDE se estabilizará, el resto de países seguirán aumentando el consumo. Todo esto nos lleva a preguntarnos si hay recursos fósiles suficientes para satisfacer una demanda cada vez mayor.
Como apuntaba Mariano Marzo durante el Foro, no parece que se estén agotando las reservas de petróleo y gas natural, pero sí está creciendo el riesgo de extracción a partir de fuentes convencionales. Los descubrimientos de nuevos yacimientos se producen en regiones cada vez más remotas, lo que provoca que los costes de exploración y extracción estén aumentando. A esto hay que añadir los riesgos de carácter geopolítico, muchos países productores están agotando sus reservas, por lo que la concentración y la producción va a concentrase en menos países, aumentando así la dependencia energética, especialmente de la OPEP y Rusia.
Con el inicio de la recuperación económica y la escasa inversión para aumentar la producción, en los próximos años podemos encontrarnos con las primeras tensiones entre oferta y demanda. Esta misma semana, los 28 países miembros de la AIE han acordado poner en el mercado 60 millones de barriles de petróleo de sus reservas en el transcurso de los próximos treinta días. Es la tercera vez en la historia que la AIE recurre a liberar parte de sus reservas estratégicas para compensar la falta de suministro. Aunque la justificación presentada se basa en la situación política de Libia, no sería de extrañar que en los próximos años nos enfrentemos a situaciones parecidas.
Las consecuencias económicas de una menor seguridad energética son evidentes, aunque su magnitud es incierta. Como he comentado al principio, la seguridad energética abarca tanto el riesgo en la cantidad como en el precio energético. Por tanto, los costes económicos provienen de un posible parón en el suministro energético como por un aumento en los precios.
Aunque en próximas entradas hablaré más en detalle sobre las implicaciones económicas de la seguridad energética, la presentación de Baltasar Manzano durante el Foro relacionada con los efectos de la subida del precio del petróleo en la economía, fue muy relevante. Los precios del petróleo pueden afectar a la economía por dos vías. En primer lugar, podemos pensar en el petróleo como factor de producción, y por tanto, aumentos en el precio implican mayores costes de producción para las empresas, reduciendo su competitividad. Sin embargo, el peso del petróleo en la producción nunca ha sido importante y se ha ido reduciendo en los últimos años, por lo que existen dudas de que pueda tener un impacto real por esta vía. En segundo lugar, aumentos del precio del petróleo reducen la demanda de bienes y servicios al reducirse el poder adquisitivo de las familias. Igualmente reduce la adquisición de bien duraderos, especialmente coches, y frena las inversiones por la incertidumbre creada en las familias y las empresas. Este segundo efecto ofrece mayor evidencia empírica.
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