Por Klaas Würzburg
La energía y el cambio climático son dos caras de la misma moneda. Esto es algo que solemos constatar frecuentemente. La razón es que nuestro producción y/o consumo de energía genera emisiones, y las emisiones cambian el clima (ver un artículo nuestro de 2012 donde explicamos esto en detalle en la introducción). Normalmente solemos asociar el cambio climático con el calentamiento global o la subida del nivel del mar. Estas son las consecuencias que suelen tener más eco en los medios de comunicación. Sin embargo las consecuencias derivadas del cambio climático serían más amplias, y afectan a nuestro entorno de una manera más compleja. Siempre consideré importante dedicar atención a estos problemas que reciben menor atención pública (ver, por ejemplo, otra entrada anterior que escribí, también sobre un problema poco conocido). En la entrada de hoy quiero centrar la atención en la acidificación de los océanos, una posible consecuencia del cambio climático que también está pasando desapercibida. Una región como Galicia, con un fuerte sector marítimo, debería interesarse más por este problema.
En el último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) describen la acidificación de los océanos como uno de los principales problemas medioambientales contemporáneos. Una de las consecuencias del aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera es que los océanos también asumen un mayor porcentaje de carbono. Esto provoca un cambio en el nivel de pH del mar, en concreto el océano se hace más ácido. Los organismos que habitan los mares reaccionan de una manera muy distinta a los cambios de pH.
La disminución de los niveles de pH puede reducir las formaciones calcáreas, con lo cual los organismos que producen estructuras de carbonato cálcico se ven afectados. Esto afecta sobre todo mejillones y berberechos; la cosecha de marisco puede quedar fuertemente afectada por la acidificación de los océanos. La industria productora de ostras en la costa oeste de EEUU ya ha quedado fuertemente perjudicada por la acidificación de sus aguas, y se tuvo que desplazar porque las ostras desaparecían.
Científicamente existen varios estudios confirmando que la creciente acidificación de los océanos perjudicaría este tipo de organismos en los océanos:
- Los mejillones se enferman en aguas más ácidas.
- Las algas que conviven simbióticamente con los corales, los cuales reducen su florecimiento en aguas ácidas.
- La acidificación de los océanos restringe el hábitat del calamar gigante, un predador con importante función para el equilibrio ecológico marino.
No obstante también hay señales de que los organismos podrían aguantar cambios en los valores de pH. Por ejemplo, existen especies de mejillones que crecen a lado de volcanes submarinos, zonas con elevada acidificación del agua. Otro estudio indica que ciertos tipos de plancton, clave para el equilibro de los ecosistemas de nuestro planeta, son capaces de adaptarse a una creciente acidificación a largo plazo.
Hay tantas variables influenciables que es difícil predecir el efecto del cambio climático en los ecosistemas marítimos. Pero es importante no solo prestar atención a las consecuencias por encima del nivel del mar. Siempre recuerdo la reflexión sobre que el ser humano sabe más del espacio, la luna o marte, que de los océanos de su propio planeta. ¿Deberíamos reconsiderar a dónde dirigir nuestra atención? Al final, la alteración del equilibrio en los océanos nos podría causar consecuencias graves, especialmente en un lugar como Galicia, con un sector pesquero dependiente del marisco tan importante.
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