A pesar de que las etiquetas de eficiencia energética para edificios de nueva construcción son obligatorias desde la aprobación en 2007 del RD 47/2007, prácticamente nadie que no trabajase en este campo ha tenido conocimiento de la existencia de este distintivo hasta la reciente aprobación del RD 235/2013, por el que se extiende la normativa a todos los edificios. Solo entonces las etiquetas de eficiencia energética han tenido una mayor difusión en los medios. Sin embargo cabe preguntarse si es suficiente esa difusión, ya que, hasta el momento, la gran mayoría de anuncios siguen sin incluir la etiqueta. Si los consumidores no conocen las etiquetas de eficiencia energética, de nada sirve este instrumento de política pública, y corremos el riesgo de estar gastando tiempo y recursos en implantar las normativas europeas de promoción de la eficiencia energética solo porque estamos obligados a ello, pero sin que estas tengan ninguna utilidad.
Como ya hemos dicho en otras ocasiones, estas etiquetas constituyen un instrumento de política pública que tiene como objetivo la promoción de la eficiencia energética. Las etiquetas de eficiencia energética surgieron como una alternativa a los instrumentos convencionales de precios (impuestos, subvenciones, etc.) que han demostrado tener unos efectos limitados cuando se trata de incentivar determinados comportamientos energéticos en el hogar. De esta manera, las etiquetas, como instrumento informativo que son, pretenden influenciar el comportamiento de los consumidores a través de la provisión de información, de forma que esta les permita conocer atributos intangibles de un producto como es su eficiencia energética.
Es de esperar que una vez que los consumidores tengan esa información de forma clara, gratuita, de fácil acceso y veraz, tengan en cuenta este atributo a la hora de comparar diferentes productos, esto es, que incorporen la eficiencia energética entre sus preferencias, y así aumente la demanda de este tipo de productos. De forma paralela, por el lado de la oferta, los productores tendrán unos incentivos mayores a aumentar el nivel de eficiencia de sus productos, atendiendo a la creciente demanda. Sin embargo, que esto suceda dependerá de dos factores: en primer lugar, los consumidores tienen que conocer la existencia de las etiquetas y comprender la información que reflejan; y en segundo lugar, la etiqueta tiene que influenciar el comportamiento del consumidor en el momento de adquirir el nuevo producto. Por lo tanto, si los consumidores no conocen la existencia ni el contenido de las etiquetas, es imposible que estos instrumentos den los resultados esperados.
Pues bien, los electrodomésticos son uno de los primero productos sobre los que la UE implantó el uso de etiquetas de eficiencia energética mediante la Directiva 1992/75, que se traspuso a la legislación española en el año 1995. Por lo tanto, las etiquetas de eficiencia energética de los electrodomésticos ya llevan un tiempo prudencial en el mercado, que nos permite saber cuál es el nivel de conocimiento que tienen los consumidores sobre estas etiquetas, y predecir qué pasará con las etiquetas para otros productos, como es el caso de los edificios.
A partir de la encuesta ‘Hogares y medio ambiente’ que realizó el INE en 2008 y del proyecto ‘SECH-SPAHOUSE’ que llevó a cabo el IDAE en 2010, podemos saber qué porcentaje de los hogares encuestados conocen la letra correspondiente a la etiqueta que tienen sus electrodomésticos. En ambas encuestas, el consumidor puede dar como respuesta ‘no sabe/no contesta’ en caso de que no conozca la certificación de cada uno de sus electrodomésticos. La tabla que aparece a continuación muestra estos porcentajes para cada una de las encuestas y para los tres electrodomésticos que mayor ratio de penetración tienen:
Fuente: año 2008, Encuesta Hogares y Medio Ambiente, INE. Año 2010, Proyecto SECH-SPAHOUSEC, IDAE.
Como se observa el porcentaje de hogares que no conocen las etiquetas de sus electrodomésticos es bastante elevado. Esto quiere decir que las etiquetas no están llegando a un porcentaje bastante alto de la población, a pesar de que hace casi 15 años que se hizo obligatorio su uso. El paralelismo es inmediato cuando se trata de otros productos como los ya mencionados edificios o los automóviles, para los que también existe este tipo de etiquetas, aunque no son obligatorias. Lo más posible es que si no se llevan a cabo campañas especiales para dar a conocer las etiquetas al público general, y también explicar el objetivo que se persigue con su implantación, simplemente estaremos malgastando tiempo y dinero en aplicar la normativa europea por obligación, pero no con su objetivo real, como el resto de países. La siguiente tabla muestra la comparación entre el nivel de conocimiento de las etiquetas para electrodomésticos y edificios para España y otros países de la OCDE, según una encuesta publicada en el 2013.
Fuente: Greening Household Behaviour: Overview from the 2011 Survey. OECD 2013.
Según estos datos, España es junto con Suecia, los países en donde el porcentaje de conocimiento de las etiquetas para electrodomésticos es menor.
Para finalizar hay que tener en cuenta dos aspectos. En primer lugar, a pesar de que el consumidor no conozca el certificado energético de sus electrodomésticos, esto no necesariamente significa que este no sea eficiente. Sin embargo, las razones por las que el consumidor tomó la decisión de comprar un electrodoméstico eficiente no estuvo influenciada por la información recogida en la etiqueta, por lo que, una vez más esta no estaría teniendo el efecto deseado. En segundo lugar, que los consumidores tengan conocimiento de la etiqueta energética de sus electrodomésticos, no implica que estos sean eficientes. La siguiente pregunta que nos tenemos que plantear es si la etiqueta causa el efecto deseado sobre el consumidor a la hora de decidir qué electrodoméstico adquirir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios están sujetos a moderación. No se publicarán comentarios bajo el título de anónimo, pero sí con otro nombre.