Siguiendo con uno de los temas estrella del mundo energético últimamente, la eficiencia energética, hoy me gustaría comentar dos trabajos que se han publicado recientemente, y que muestran resultados curiosos que ilustran lo complejo que es el diseño de estas políticas. Ambos inciden sobre una idea similar: en este campo, el aportar información puede ser más efectivo que la señal de precio.
Delmas et al. acaban de publicar en Energy Policy un meta-análisis de estudios de eficiencia energética (aquí está la versión abierta). Su conclusión principal es que el aportar información, de una u otra forma, reduce el consumo como media en un 7,4%. Y encuentran que aquellos programas que ofrecen auditorías energéticas y consultoría ahorran más que los que sólo ofrecen información comparativa, o monetaria (otra cosa es lo que cuesten, claro, y de esto no se dice nada). Curiosamente, también encuentran que cuando se ofrecía información sobre el gasto monetario, el consumo aumentaba. Esto me recuerda a una encuesta informal que se hizo en el marco de algún proyecto español: cuando se informaba a la gente de lo que gastaba en electricidad al mes, su conclusión era que no era para tanto, y que se podían permitir gastar más...parece que lo mismo sucede en los estudios analizados por estos autores.
Por otra parte, otro trabajo llamativo reciente es el de Jessoe et al., que examina el impacto del paso de clientes domésticos a una tarifa por bloques sobre su consumo. Lo curioso de este experimento natural es que, por una circunstancia imprevista, la tarifa por bloques suponía un precio inferior que la tarifa plana previa. Por tanto, y de acuerdo con la teoría económica estándar, los consumidores deberían haber aumentado su consumo. Sin embargo, lo reducían. Los autores tratan de justificar esto en base a un comportamiento aparentemente no racional de los consumidores, como un argumento contra la señal de precio. Sin embargo, creo que, en este caso, se han dejado llevar por las ganas de buscar un titular llamativo. Porque (tal y como de hecho dicen en su texto), la explicación más plausible es probablemente otra: este paso a una tarifa distinta se hacía como consecuencia de haber rebasado un nivel determinado de consumo, y a los consumidores se les informaba de ello por carta. Es decir, que se mezclaban dos mensajes: el toque de atención sobre un consumo elevado, y luego un precio inferior (que probablemente no era ni siquiera observado por los clientes). Así que, ¿a qué reaccionaban los clientes? Al primero, claro. Como decía, no es nada extraño. Pero, eso sí, refuerza el mensaje del artículo de Delmas et al.: la señal económica es sólo un elemento, y la información puede ser igual o más poderosa a la hora de hacer que los consumidores ahorren energía.
Pero, para terminar, me gustaría reflexionar un poco sobre esto de que la señal económica no sea tan importante en los estudios analizados. Lo que dicen los dos es que los ahorros potenciales resultaban poco interesantes (o menos que la información). Pero esto no quiere decir que la señal de precio, que tan necesaria es para la eficiencia, sea inútil, sino todo lo contrario. Posiblemente los consumidores encuentran que la señal que les da el ahorro no es importante porque el precio es demasiado bajo. Si subiera el precio de la energía, el ahorro potencial de las medidas de conservación sería mayor, y entonces quizá sí se convirtiera en más importante que la información. Lo malo es que para demostrar esto hacen falta buenos datos, y de eso en España no andamos muy sobrados...
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