Recientemente publicábamos en
este blog un post con el resumen que nos ofrecían Kenneth Gillingham y Karen
Palmer sobre el estado de la Paradoja de la Eficiencia Energética, en el que
resaltaban dos aspectos fundamentales de dicho debate: la posible
sobrevaloración de la magnitud de la paradoja, y la dualidad de enfoques que
existe a la hora de explicar las causas de esta paradoja: por un lado las
barreras de mercado señaladas inicialmente por la teoría neoliberal; y por
el otro las anomalías y fallos de comportamiento, identificadas
posteriormente por la economía del comportamiento. El primero de ellos fue
analizado en un post anterior, y el segundo es presentado en este.
A pesar de que el debate sobre la
Paradoja de la Eficiencia Energética lleva años encima de la mesa, hasta
el momento no existe un consenso general
sobre la mejor manera de atajar este problema. La teoría económica neoliberal
apunta a las barreras de mercado (ya tratadas en este blog) como: información
incompleta, problema del principal-agente, fallos regulatorios que tienen que
ver con la no internalización de las externalidades negativas en los precios,
etc.; como la causa de la paradoja. Sin embargo, durante los últimos tiempos
una serie de investigadores pertenecientes a los campos de la psicología y la
economía (lo que ha dado en conocerse como economía del comportamiento) han
planteado una serie de explicaciones alternativas que no son tan conocidas.
Estas parten de la hipótesis de que en numerosos casos, el comportamiento observado de los
consumidores, no coincide con los supuestos estándares que asume la teoría
neoliberal, lo que identifican como comportamientos anómalos. Esto deriva en un
fallo sistemático a la hora de modelar el comportamiento de los consumidores,
lo que significa que, aún sin barreras de mercado, el nivel de inversión real
podría ser subóptimo debido a que no se tienen en cuenta estos comportamientos
anómalos. Según esto, los comportamientos anómalos también pueden ser una causa
de la paradoja de la eficiencia energética.
A su vez estos comportamientos
anómalos entendidos como desviaciones de los supuestos de la teoría neoliberal
se clasifican de la siguiente manera:
· Preferencias no-estándares que al contrario que
las preferencias estándares que se asumen para la teoría económica no son
constantes en el tiempo. Un tipo de preferencias no-estándares son aquellas que
se producen cuando nuestras preferencias
cambian en el tiempo, lo que además de ser un comportamiento anómalo se puede
considerar como un fallo de comportamiento, ya que a medida que el futuro se
acerca, el factor de descuento comienza a aumentar. Otro ejemplo de
preferencias no-estándares es la aversión al riesgo, que se produce cuando la
disminución de la utilidad producida por las pérdidas es mayor que el aumento
de la utilidad producido por unas ganancias equivalentes.
· Creencias no-estándares, se refiere a las
creencias sobre el futuro que son incorrectas. Un ejemplo es el precio futuro
de la energía.
· Procesos de toma de decisión no-estándares que
no siguen los supuestos de la teoría neoliberal. Son los que más atención han
recibido de la literatura, como responsables de la paradoja de la eficiencia
energética. Todos ellos pueden considerarse como fallos de comportamiento. Los
más relevantes para el análisis de la eficiencia energética son: la atención
limitada, que impide valorar apropiadamente toda la información recibida y provoca que las decisiones se simplifiquen
en base a una parte de esta. En lo relativo a la eficiencia energética, esta se
produce cuando los atributos de un producto son numerosos, y los consumidores
no son capaces de procesar toda la información, prestando solo importancia a
aquellos que resultan más obvios o llamativos. Además, el marco en el que se presenta
la información puede influenciar notablemente la toma de decisión, al contrario
de lo que asume la economía tradicional. Por último, otro fallo producido
durante la toma de decisión son las normas heurísticas o reglas simplificadas
que los consumidores crean como forma de ayuda para los procesos de decisión
complejos, como es el caso de la eficiencia energética.
Ambas explicaciones no son
excluyentes sino diferentes, sin embargo, la identificación de los factores que
producen ese nivel sub-óptimo de inversión en eficiencia energética es clave a
la hora de diseñar políticas de promoción de la eficiencia energética. Según
los autores, la mayor dificultad a la que se enfrentan los decisores políticos es
diseñar políticas capaces de atacar cada uno de esos fallos de mercado o de
comportamiento de la formas más coste-efectiva posible.
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